Aquello me cogió por sorpresa. Esa tarde
estaba yo cerca del yacimiento arqueológico
recién descubierto: en la arboleda de los fresnos y había
numerosos cantuesos
florecidos que se desparramaban por la colina.
Su penetrante aroma y la viveza de su florecillas rojas, imprimían en mi ánimo
una imprecisa pero muy placentera sensación de libertad y hacía que disfrutase de algo muy puro que parecía emerger desde lo más profundo de la
tierra. La sinceridad que me caracteriza, me lleva a reconocer que soy una criatura
mediocre que se intimida, con gran
facilidad, ante hechos muy normales. Aprovecho mi tiempo de soledad para pensar
en cosas inútiles y es por eso, que me parecía estar sintiendo el espíritu de
los antiguos pobladores de estas tierras sin mácula: cuando aún los hombres vivían en armonía con la
naturaleza.
A lo lejos, una figura humana se movía
avanzando por el sendero
que conduce a la fresneda. Algo en
aquella persona me resultaba tremendamente familiar pero ni, por lo más remoto,
se me ocurrió pensar que era Ramón, el Tato, quien se estaba acercando. Curiosa, lo seguí
con la vista. Era un lugar muy solitario porque en aquella zona no se
practicaba el cultivo de huertas ni
tampoco se trabajaba todavía en el yacimiento.
Me sentí desprotegida y fue esa idea la que me hizo ocultarme en la
arboleda y alejarme del sendero. Tratando de impedir cualquier movimiento que
delatara mi presencia, me senté en el
suelo. Absorta en el canto de pájaros
por mi desconocidos, no me dí cuenta de cuánto tiempo había transcurrido. De
pronto, apareció ante mí el rostro atezado
de Ramón que dijo:
-¡Cómo
te escondes! Y con voz melosa continuó diciendo que me sentaba muy bien la
vida en el pueblo y que estaba preciosa.
Pero en aquellas palabras se percibía un tono insolente aunque pretendía parecer
benévolo. No es que yo quiera tergiversar las cosas como luego él sostuvo ante quien quiso
escucharle. Al fín y al cabo, yo sólo
era una forastera y nadie sabía cómo era mi vida en la gran ciudad… Ramón, sin
embargo, tenía fama de hombre serio: buen marido y padre de familia ejemplar.
Sentía
miedo. Algo me avisaba del peligro en el
que estaba. Al alcance de mi mano hallé
una piedra que recogí sin dudarlo. Me
levanté sin decir ni una sola palabra
porque mi garganta soportaba una tensión tal que no podía hablar. Sólo pensaba
en poner tierra por medio y comencé a correr: aún era joven y ágil. También él, en silencio, comenzó a
perseguirme. Justo cuando llegué al
camino, me alcanzó y para entonces ya se había deteriorado completamente
su aparente conducta melosa, de su boca salían las más atroces
palabras. Yo aún sostenía la piedra en
mi mano derecha. Con una furia tremenda
se abalanzó sobre mí y yo me defendí con la piedra. Mi golpe debió ser brutal ya que ví como la
sangre chorreaba de su cabeza y me soltaba dando alaridos…Corrí, corrí y corrí como
nunca lo había hecho: como nunca volveré a hacerlo. La guardia civil tuvo que subir a
recogerlo. A mí, no sé si todos me
creyeron.
Alguien extendió la sospecha de que había sido una cita y, a partir de ella, cualquier cosa era posible que hubiera sucedido. ¿Qué andaba yo buscando en un lugar como aquel?
Este cuento, de corte realista, fue escrito el 11 de mayo de 2012, para el taller literario "Letras mágicas"
Alcalá de Henares, 27 de marzo de 2017
Como siempre el texto y las imágenes han sido realizadas por Franziska
Cuento escrito en el mes de mayo de 2012
para el taller de "Las letras mágicas"