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domingo, 20 de junio de 2021

La carta de Sara

 



 

Sara se levantó desperezándose lentamente como era en ella habitual.  Aún medio dormida, se dirigió a la cocina a prepararse una taza de café y al entrar en ella la encontró excesivamente desordenada.

 ¡Dios mío!  ¡Cómo está esta cocina! Dijo, casi en un susurro, hablando consigo misma.

Había caído sobre ella una cruz de soledad y silencio que, a duras penas, soportaba ya con entereza y dignidad. No podía recordar cuándo había empezado a hablar a solas, como si alguien pudiera escucharla. 

Se tomó el café.  Recogió la cocina con la misma atención y esmero que si estuviera esperando una visita importante.  Cuando acabó se sintió complacida y echó una ojeada escrutadora a todos los enseres de la cocina y se dijo que, en cuanto dispusiese del dinero de la venta de las cabras iba a emplearlo en modernizarla. 



Sara era hija única, apenas si le quedaba algún pariente lejano y sus padres hacía años que habían perecido en un accidente de carretera.  Acababa de cumplir cuarenta y dos años y no es que se sintiera como si fuera una anciana pero aquellos años floridos habían quedado atrás, además, la dureza de la vida en el campo no contribuía a prolongar la juventud. 



Su soledad era un hecho y su vida en la ciudad o en el campo no habría modificado este hecho.  Pero ¿Cuánto tiempo podría soportar esta situación sin volverse loca?  A veces, se sentía preocupada por la costumbre, cada vez más reiterada, de hablar entre dientes. Echó una ojeada al reloj de la cocina y pensó que aún le quedaba una hora para sacar del redil a las ovejas y cabras y sin pensarlo demasiado escribió estos versos:



Querido Juan

Comprendo que te asustaras

de una vida tan pura,

tan simple,

tan alejada de la vida ciudadana.

Entiendo que no hablaras

cuando temblando en tus ojos

vi asomar una lágrima.

 

Esbozando una sonrisa

dijiste que no importaba,

que reharías tu vida,

que no me dejabas nada

que te llevabas las manos

tan limpias y tan vacías

como siempre las tenías.

 

Que esperabas comprensión

para tu actitud y sentimientos

que habías sido sincero

y que nunca prometiste

permanecer en el pueblo.

 

Te has marchado

y tu presencia

no se ha ido de mi lado.

Me levanto recordando

las canciones que entonabas

y preparo el desayuno

como a ti te gustaba.

 

Luego me voy a la huerta

a quitar las malas hierbas

y cuido de los almendros

que tú plantaste

delante del portalón.

 

Las cabras llevo hasta el monte.

Cuando vence la tarde,

silenciosa las ordeño:

su dueño echan de menos.

Esto es, claro, lo que pienso.

El queso lo hago los jueves

- como tú me enseñaste –

La fórmula es magistral,

el sabor, insuperable.

 

Aquel ramo de espliego

que encontraste en el trigal,

aún perfuma la habitación

que no compartes conmigo

mas cuando abro la puerta,

creo sentir tu presencia

y hay veces que hasta te llamo.

 

Mi mente

es claro que comprende

y acepta razonamientos

pero mi pobre cuerpo

nada sabe de razones

siente ausencias,

pasa miedo,

nota vacíos, silencios

y se muere, poco a poco,

de desamor y de celos.

 


Estos versos sin firmar ni terminar quedaron  dentro de un sobre en el que se podía leer la dirección de Juan pero cuando la encontró Trinidad, la Alcaldesa de Lora de los Peñascales, se había tornado amarilla por el paso del tiempo. 

 

Trinidad, de su puño y letra, envió la siguiente nota:

 

Siento comunicarle que hace días murió Sara –creemos que a consecuencia de un infarto-  He visto este sobre dirigido a usted.  Estamos indagando y no hemos dado todavía con ningún familiar que pueda hacerse cargo de la herencia: la casa, tierras y animales y he pensado que, quizás, usted podría ayudarnos a dar con algún pariente pues urge que alguien se ocupe del rebaño. 

 Le agradeceríamos tanto su ayuda, atentamente.

                                                           Trinidad Sagrario Ramos

 


Reeditado con fecha, 20 de junio de 2021 el cuento escrito por Franziska en Alcalá de Henares el día… D hace más de DIEZ AÑOS.                                                 

 


 

miércoles, 9 de junio de 2021

LA BIOPSIA

 


 

 Tengo que empezar diciendo que, después de leer el informe,  toda mi fortaleza moral se vino abajo. Sin embargo, pasados unos días, opté por no rebelarme contra mi destino. Acababa de cumplir cincuenta y ocho años. Estaba separado y no tenía pareja estable y a mi ex mujer ni siquiera me atreví a llamarla porque cualquier relación con ella terminaba siempre de la manera más agria.
 
Emprendí una vida de restaurantes de lujo que nunca me había podido permitir y para ir a cualquier parte, me trasladaba en un taxi. Pasé unos días en París y estuve una semana en Roma. Así, poco a poco, me fui gastando la mayor parte del dinero que el banco me había anticipado a cuenta del valor de mi vivienda.
 
A principios de año había comenzado a sufrir dolores abdominales: cada vez más fuertes y de mayor duración. En pocos días, el color de mi piel se tornó amarillento: lo que ponía en evidencia que estaba sufriendo una ictericia. Los dolores, sin embargo, no solo no pasaban sino que se iban haciendo cada vez más intensos. Me fue diagnosticada la presencia de una masa tumoral de cerca de 7 centímetros en el páncreas. Este tipo de cáncer es uno de los más devastadores y, como me dijeron los médicos, es actualmente incurable.
 
Llegué a contratar mi entierro y a dejar pagados mis funerales. A pesar de que mi tono vital era muy bajo y me sentía muy fatigado, volví al hospital cuando ya habían transcurrido los seis meses y, ante mi extrañeza, yo seguía vivo.  ¡El tumor había desaparecido!  No me he sentido más desconcertado en todos los días de mi vida. Creí que me estaba volviendo loco. No, no podía ser.
 
-Pero, vamos a ver, doctor. Aquí se me entregó un informe que decía que mis expectativas de vida eran de unos seis meses, como máximo.
 
-Sí, eso es cierto porque, en ese momento, todo encajaba. Las pruebas lo confirmaron. Sin embargo, si algunas semanas más tarde se le hubiese practicado una biopsia, se habría descubierto que, en realidad, era una pancreatitis aguda. Cuando usted ingresó en nuestro hospital, arrastraba un número importante de pancreatitis recidivantes y lo extraño fue que, en tales circunstancias, no hubiera fallecido entonces.
 
-No es posible. ¡¡¡Tengo que morirme!!!  ¿Lo entiende?  ¡Haga lo que quiera pero mándeme al otro barrio!  Esto era peor que el diagnóstico y todo por ahorrar una biopsia.
 

NOTA:  Cuento escrito con fecha 20 de abril de 2013, y que vuelvo a publicar. 

Alcalá de Henares, 9 de junio de 2021
FRANZISKA  para "LA TORTUGA DE DOS CABEZAS"

jueves, 3 de junio de 2021

SUCEDIO EN EL BALNEARIO

 


Todos la vieron llegar acompañada de su chofer y de un número considerable de maletas. Enseguida preguntó si disponía la habitación de caja fuerte. Era imposible no advertir que lucía, con ostentación, pulseras, anillos, collares y pendientes: algo semejante a un muestrario de joyería portado por un ser viviente. El chofer esperó pacientemente a que la señora acabara de establecer sus condiciones de alojamiento y cuando ella terminó, le despidió con un aire risueño y dijo:

-Alberto, descanse que mañana tendremos un día movido. Llámeme, a las ocho. Espero que la casita del pueblo le resulte confortable. ¡Hasta mañana! Se dirigió al ascensor con aire resuelto. Si quería no pasar desapercibida, lo había conseguido. 

Sentado en el fondo del hall leyendo distraídamente un periódico de la comarca, estaba Sebastián Gándara cuya atractiva presencia –era un hombre muy guapo- no había pasado desapercibida a la curiosa observación de nuestra protagonista: se cruzaron sus miradas y él pensó que resultaba muy atractiva; y ella, que aquel tipo parecía interesante. Sebastián creyó que había llegado el momento de vestirse para la cena.  

Marta, nuestra protagonista, tenía un cuerpo escultural. Sus movimientos eran elásticos y acompasados, en sus ojos brillaba una luz de extraordinaria inteligencia. Cuando bajó a cenar, vestía un traje gris oscuro, entallado, con un escote en forma de uve.  El traje, casi hasta los tobillos, mostraba al avanzar una abertura lateral que dejaba al descubierto sus magníficas y bien torneadas pantorrillas.  Sebastián la observaba con interés y pensó que no le iba a ser fácil abordarla. Estaba tan cerca de su mesa que se dedicó, de un modo rutinario, a dirigirle miradas incendiarias para demostrarle que le gustaba.  Ella parecía ignorarle hasta que, llegado un momento, mostró una sonrisa encantadora, al tiempo que le miraba directamente a los ojos, cuando respondía al móvil que enseguida procedió a apagar. El consideró que había recibido la primera señal de aprobación. Salió y la estuvo esperando y, con una excusa banal, la abordó. 

--Perdone, creo que nos hemos visto en alguna parte. No puedo olvidar a una mujer tan bella e interesante.  Permítame que me presente, mi nombre es Sebastián Gándara de Suances.

Ella, sonriendo, aseguró que le recordaba a alguien que había cenado muy cerca de su mesa. Entablaron una conversación cordial y terminaron sentándose en el jardín.  Estuvieron charlando más de dos horas. Las cosas habían empezado a encarrilarse con más facilidad de lo que él pensaba.  Ella, le dijo que estaba viuda desde hacía dos años y que sentía una gran tristeza por la pérdida de su esposo un industrial guipuzcoano. Tampoco tenía hijos y, siendo hija única, sus padres hacía tiempo que habían fallecido, no tenía familia.

Sebastián Gándara dijo que su profesión se relacionaba con la venta de obras de arte y que estaba a punto de instalarse en Madrid, lugar en el que tenía importantes contactos con ese mundo de las inversiones. Dijo que estaba muy ilusionado con el proyecto.

Quedaron para desayunar a la misma hora y organizar alguna excursión por los alrededores tan pronto como concluyeran con los tratamientos del balneario.   

El chofer tuvo su primer día libre.

El la llevaba en su coche y, por todas las apariencias, aquello parecía un romance de características avasalladoras. Los apasionados planes de futuro, las confidencias, las caricias, la ternura que él mostraba y ella recibía con todo el agrado. Sebastián era un hombre culto y buen observador  y parecía pendiente de satisfacer sus menores deseos. Tres días de galanteos, besos y caricias llevaron la situación a un límite difícil de contener. Él temía lanzarse y estropearlo todo y Marta, se preguntaba por qué él no tomaba una decisión. 

Marta  le llamó y le dijo con voz, en la que se podía escuchar la emoción, que le estaba echando de menos y que si quería acompañarla a dar un paseo por alguna de las rutas de senderismo, que pasara a recogerla.  Él aceptó con entusiasmo y en pocos minutos estaba llamando a la puerta de su habitación. Pasa, enseguida acabo en el cuarto de baño. Toma lo que quieras. Él echó una ojeada por la habitación que estaba bastante desordenada y comprobó como el armario estaba abierto, de par en par,  y también la caja fuerte. Su reacción fue inmediata. Con el mayor sigilo retiró un saquito negro de cuero que contenía las joyas de Marta y escribió en un papel: “He olvidado algo, enseguida estaré aquí, amor mío”.

Salió sin cerrar la puerta y llevando en las manos el saquito.  Se dirigió a toda prisa al lugar donde tenía el coche y acomodó su botín en la maleta de menor tamaño. Sus ojos brillaban con una intensa complacencia. ¡Qué fácil se lo había puesto! Cuando iba a introducirse en el coche, se vio rodeado por un grupo de cuatro policías que, en un instante, le habían dado el alto y esposado. Con asombro, reconoció al chofer de Marta.

Estupefacto dijo:

 -Usted era el chofer. ¿Ella también es policía?  Está claro que me han tendido una trampa…¡Hijos de perra! 

Marta dejó escrito en su informe del día. Por fin lo atrapamos hoy. Después de comprobar por mi misma el poder de seducción de este individuo –tenemos aún que averiguar su nombre real- no volveré a mostrarme tan “suficiente” con ninguna de las mujeres que han tenido la desgracia de encontrárselo en su camino. Su rostro posee más de quince documentos de identidad falsos y su autentica especialidad ha sido siempre desaparecer sin dejar rastros. 

Cuando volvió a enfrentarse con la mujer que la habitaba sintió que se había traicionado a si misma. Desde luego, se había excedido en el cumplimiento de sus funciones y se había dejado atrapar por aquel individuo sobre el que pesaban una larga lista de hechos delictivos cuyas víctimas habían sido siempre mujeres a las que enamoraba primero y luego, estafaba.  Era probable que la mayoría de sus fechorías fueran silenciadas por sus víctimas.  Lágrimas ardientes resbalaban por sus mejillas porque, contra toda lógica, solo deseaba salvarlo. En aquel momento, no podía evitar sentir una rabia que nacía contra si misma por haberse dejado arrastrar por sus emociones.  Y, a partir de ese instante, su enloquecido corazón se puso a trabajar en la idea de encontrar algún modo de salvarle.




Alcalá de Henares, 3 de junio de 2021
Nota.  Fue publicado por primera vez, con fecha 11/12/2013
bajo el seudónimo de Franziska