I
El
ático de la planta 30 del edificio tenía una terraza de pequeño tamaño en la
que siempre parecía que el viento estaba transformándose en huracán.
II
A
Candela ya no le preocupaba haber agotados sus recursos porque quedarse sin
dinero formaba parte de su plan: nadie iba a heredarla. Estuvo atrapada algún
tiempo en un amor que solo vivía en su imaginación, era evidente; él optó por
aquella jovencita de cara inexpresiva y poco agraciada. No podía comprender por
qué lo había hecho pero fue así. Ahora nada importaba. Seguir viva carecía de
sentido.
III
Aquella
mañana el cielo estaba muy cubierto. Se encontró en el espejo un rostro tan
demacrado que le costó trabajo reconocerse. Decidió que había llegado el
momento. Tambaleándose, arrastró la escalera hasta la terraza, sin fuerzas para
sostenerla, estaba muy débil, tan flaca que era casi un esqueleto dentro de un
pijama demasiado grande.
IV
Se
precipitó al vacío porque resbaló. No fue un acto consciente sino un accidente.
El viento del norte ululaba siempre en aquella dirección y en ese momento se
adueño de ella, la dirigió contra el
primer edificio que encontró en su camino, se estrelló contra una ventana mal
encajada, rompió los cristales y la metió dentro de una habitación que todavía
mostraba una cama deshecha.
V
Quedó
tendida sobre aquella cama y sangrando en tal cantidad que tardó pocos segundos
en desfallecer. Cuando volvió a recuperar la consciencia estaba en un hospital.
VI
Sentía
tal confusión que a su cerebro no llegaban los recuerdos, no comprendía nada.
Caer desde la planta 30 de un rascacielos tendría que haber acabado con su vida
y los olores que percibía eran los propios de un lugar que había conocido
durante tanto tiempo como su lugar de trabajo.
VII
El
desaliento y la tristeza volvieron a ocupar su mente. Había fracasado otra vez.
Sentía una mano sobre la suya y la respiración acompasada de un ser humano. Abrió
los ojos y se encontró con los de un hombre mayor que la miraba con interés y
casi sonreía
cuando
le dijo:
-¿Cómo estás?
-Estoy
aún viva por lo que entiendo…respondió sin ningún entusiasmo.
-¡Bendito
sea Dios! Necesito que sigas viviendo.
Estas
palabras aumentaron su confusión.
-
¿Por qué? No sé quién es usted y ni siquiera sé cómo se llama.
-No
quiero asustarte pero debes saberlo cuanto antes. Ni la policía ni el juez
creen que entraste en mi casa por la ventana sino que consideran que es un
intento de asesinato. Mi libertad y mi vida dependen de ti.
Alcalá
de Henares, 28 de diciembre de 2016
Microrrelato
y fotografías realizados por Franziska