
Estoy cansada de oír hablar de la crisis. Pasará pues no hay mal que cien años dure. Volverán a vender pisos, nos compraremos los últimos modelos de coche, obtendremos el ordenador más eficiente y más moderno y la vida seguirá igual. Nos asusta tanto perder lo que creíamos que habíamos obtenido que, ahora, nos pueden manipular, a su antojo, actuando sobre los resortes de este tipo de miedo.
Pues bien, ya es hora de cambiar el petróleo por la energía solar, eólica, eléctrica, etc. Depender menos del coche, y desterrar de nuestras vidas la publicidad que tanto nos incita al consumo.
Aprovechar todo lo que tenemos en casa; aprender que podemos vivir felices sin comprar constantemente; y ahora que se acerca la Navidad, los ayuntamientos deberían encender una sonrisa en los semblantes de la gente: es la iluminación más barata de nuestra vida y la que nos hace más felices pues actúa sobre la producción de endorfinas. Y que prescindieran de ese derroche en luces que tantos gases de efecto invernadero produce. ¿No sería este mundo mejor y más humano si, cuando nos encontráramos con nuestros semejantes, les enviáramos el mensaje de nuestra sonrisa y estuviéramos dispuestos a tenderles la mano?
Es evidente la crisis económica -nadie lo niega- y que hay muchas familias que se han quedado sin trabajo. ¿Qué sucedería si nos decidiéramos a prescindir de tanto despilfarro? Sin embargo, en esta sociedad, hay otra crisis de la que nadie dice una palabra: hay una de valores humanos. Es, en mi opinión, más trágica y con efectos más devastadores.
¿Quién recuerda el ciclón Nargis que se vivió en Birmania con fecha 2 de mayo de este año? Vientos de 190 y 240 k/h y dos días de lluvias constantes, devastaron el territorio provocando la muerte de 138.000 personas y produjeron otros daños en 2.400.000 personas. Ello unido a la obstinación de la Junta militar que se negaba a aceptar la presencia de ayuda humanitaria.

También fue en el mes de mayo el terremoto de China. El día 12 de mayo un terrible terreno de magnitud 8 en la escala Richter asoló la provincia china de Sichau. Murieron 88.000 personas, 375.000 heridos y cinco millones de personas se quedaron sin hogar. Se estima que para la reconstrucción de tal desastre serán necesarios 245 millones de millardos de dólares.
El 21 de junio del tifón “Fengshen” se abatió sobre las Filipinas y olas gigantescas hundieron la nave “MV Princess of the Stars”. De las 862 personas a bordo, solo 57 fueron rescatas con vida.

En pleno verano, un avión de Spanair, en el aeropuerto de Barajas, inmediatamente del despegue, se prende fuego y luego explota: 154 muertos. Es la catástrofe aérea más grave de los últimos 25 años en España.

Cuatro huracanes Fay, Gustav, Hanna e Ike, entre agosto y septiembre, se abatieron sobre Haití. Con el trágico balance de 800 muertos y 100.000 hogares destruidos. Como si en Haití no hubiera suficiente con los huracanes, en el mes de noviembre de produjo una nueva tragedia: el día 7 se viene abajo un colegio, en Port-au-Prince, provocando la muerte de 91 personas y heridas a otras 162.
El 18 de septiembre cae sobre China otro desastre. La tragedia se produce por la rotura de un depósito de residuos mineros, provenientes de una mina ilegal. Las víctimas fueron 262.
A mediados de octubre ardió California. Increíbles incendios alimentados por fortísimas rachas de viento que superaban los 100 km/h destruyendo, en menos de 5 días, 7700 hectáreas del territorio. El 12 de noviembre, entre Los Ángeles y Santa Bárbara, el fuego volvió a devorar 17.000 hectáreas

Cada uno de nosotros que saque la conclusión que le parezca oportuna. Yo ya había olvidado la mayor parte de los desastres. Y como no quiero amargarme más la vida, voy a olvidarme de las guerras a las que ya estamos tan acostumbrados que han dejado de conmovernos. Y, según parece, el dinero es lo que más nos preocupa.
Alcalá de Henares. 21 de diciembre de 2008 Franziska