Marianela se había levantado aquella mañana mucho más
temprano que de costumbre. Quería llegar
pronto al centro de la ciudad para realizar algunas compras. Iba a casarse dentro de pocos días y estaba
muy agitada por las responsabilidades a las que, en breve, tendría que
enfrentarse.
Se apeó del autobús en
la Plaza de
Jacinto Benavente y enfiló calle abajo por la de Carretas. Una característica de esta calle es la de las
numerosas tiendas dedicadas a la venta de ortopedia. Mirando de soslayo, podía ver las fajas para
hernias, bragueros, suspensorios, cuñas,
piernas, brazos y manos, ortopédicos.
Se sentía horrorizada
ante estas imágenes que eran como una llamada de atención a que, en cualquier
momento, podría producirse una mutilación de cualquier parte del cuerpo. Vinieron a su mente las pelucas y los ojos de
cristal y cada vez avanzaba con mayor aturdimiento hacia un gran almacén
próximo a la Puerta
del Sol. Abstraída como iba, tropezó al
subir el bordillo de una acera y se hizo daño en el pie derecho. Aguantó como pudo y trató de continuar su
camino pensando en el bonito traje que quería adquirir para su viaje de novios.
Las sensaciones
negativas se fueron desvaneciendo y empezó a fijar su atención en los
escaparates de moda femenina que ahora le salían al paso con profusión de imágenes, diseños y colores. Por fin llegó a la planta cuarta. Estuvo casi cuarenta y cinco minutos mirando
en todos los colgadores y consiguió seleccionar un par de trajes que le
gustaron.
Buscó los probadores,
allí, una empleada dedicada al control
le asignó el número 13.
Marianela sintió que aquella compra tenía ya, de entrada, un mal
agüero, no obstante, se dirigió al lugar indicado.
Abrió la puerta, soltó
su bolso y colgó los trajes y empezó a desnudarse. De pronto, como una pesadilla, sus ojos
contemplaron con asombro, que en el espejo se reflejaba una pierna ortopédica.
Giró la cabeza, estaba a su izquierda: erecta, apoyada sobre la pared, con
sus correas y su oquedad escalofriante.
Durante unos instantes, se sintió muy
asustada. ¡Santo Dios! ¿Qué significaba aquello? ¿Quién puede abandonar su pierna, por olvido,
en un probador? Aquella situación no encajaba. Todo parecía tan absurdo…
Por alguna causa que
no comprendía, pensó que la pierna, de
manera extraña, parecía mirarla, amenazarla y querer advertirla de un
serio peligro. Aquel artilugio estaba
allí por algún motivo y éste no podía ser otro que un vaticinio: si se casaba
perdería su pierna derecha: eran ya dos avisos; primero, el tropezón y, por
último este encuentro… Desechó con energía estas ideas, no obstante, se vistió atropelladamente y devolvió las
prendas que pretendía comprar sin haberlas probado.
Salió apresuradamente
en busca de las escaleras mecánicas. Se
sentía angustiada y confundida. La
bufanda, desnivelada sobre sus hombros,
se escurría peligrosamente hasta que, cuando estaba llegando al final
del tramo, se deslizó sobre aquéllas y se enganchó con sus tacones, con tal
mala suerte que Marianela, se dio de bruces contra el pavimento. Cuando la ayudaron a levantarse del suelo,
tenía la rodilla de la pierna derecha muy hinchada y sentía un fortísimo
dolor. Era el tercer aviso. Pensó.
Explicación lógica:
Cliente de pueblo próximo a Madrid: 40 o 50 kilómetros, aproximadamente,
que olvida, en un probador, la pierna de su marido que ha llevado, previamente,
a arreglar y que no recuerda bien dónde ha podido extraviarla.
Conclusión:
El cerebro colabora
entusiasmado en la realización de aquello que pensamos. Es nuestro servidor más entusiasta.
Alcalá de Henares, 29 de septiembre de 2013
Texto e imágenes realizados por Franziska
5 comentarios:
Estimada Franziska.
Me encanto. Que buena narrativa.
Destaco la conclusión: "El cerebro colabora entusiasmado en la realización de aquello que pensamos. Es nuestro servidor más entusiasta".
Un abrazo.
ajajjaj ya me estaba asustando yo, pensando cosas raras
lo peor de todo...: Marianela no compró nada, y seguramente no quiso casarse...era un aviso!!!
maravilloso relato, y excelente conclusión, si :) "vemos lo que queremos ver"
te felicito sinceramente!
un abrazo enorme!
Me pusiste los pelos de puntaaaaaa!!!
Precisamente por el mal augurio has logrado traer a mi memoria un día en unos grandes almacenes que todos conocemos pero que no voy a mencionar, justo bajé de las escaleras mecánicas cuando detrás de mí bajaba una señora que cayó rodando por ellas, jamás en mi vida (corta por aquel entonces) imaginé cuánto daño, cortes y heridas podían causar aquellos escalones dentados que yo siempre adoraba subir y bajar. Desde entonces las evito tanto como puedo y ahora a medida que llegaba al final de tu relato en serio me entraron hasta escalofríos. Por suerte nada que ver, pero ayyy señor!! Como lograste engañar al cerebro con tal cúmulo de casualidades continuadas.
Me gustó muchísimo, eh? que una cosa no quita la otra.
Un abrazo.
¡Hola Franziska! dicen que las madres tenemos frases para todo y una de las mías es: piensa en lo bueno que lo malo viene solo. Hay gente que es impresionable y creen ver avisos en las cosas más simples, luego unos cuantos listillos se aprovechan del miedo, la duda y la necesidad para hacer negocio.
El cuento me ha gustado mucho supiste mantener la intriga hasta la palabra fin y además añadiste la moraleja, mejor imposible jejejej.
Bom dia Franziska! Encontrei seu blog, suas postagens maravilhosas, e já estou seguindo.
Parabéns, seu blog é encantador.
Um abraço!
Maria Machado
http://madamblogspolcom.blogspot.com.
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