Puede
parecer una tontería pero, realmente, era un asunto muy serio: se había
convertido en una pulsión. Cuanta más
comida compraba, menos consumía y más alimentos se pudrían, pues era difícil
acceder a todos los rincones del frigorífico.
No tenía sentido, además, mi economía no daba para grandes dispendios.
Quiero
ahorrar la prolija exposición de mis sesiones con la psicóloga y de las
insinuaciones que me hacía la experta.
¿De
qué me servía saber que todo mi problema se había gestado en los años de mi
infancia, en tiempos de extrema escasez?
Pero ¿qué tenía que ver mi vida actual con tiempos tan pretéritos? Así, las cosas se fueron complicando más cada
vez. Comencé a acaparar en el aparador,
en la despensa y hasta en los armarios de la ropa guardaba las cajas de las
galletas y las latas de conservas que alcanzaban su fecha de caducidad sin
haber sido usadas.
La
terapia no me daba ningún resultado y aunque me advirtieron que debía tener
paciencia, mi sicoterapeuta acabó por decirme que, quizás, fuera conveniente
que el siquiatra me recetara algún tranquilizante y que debía visitarle.
--Entonces
¿es que estoy loca?
--
Bueno, no es eso pero, a veces, hay que buscar una ayuda.
¡Vamos,
pues sólo me faltaba eso! No sólo se
llevaba una buena parte de lo que yo ganaba trabajando sino que, además,
incapaz de ayudarme, me desviaba a un siquiatra. Pues
hasta ahí podíamos llegar... ¡Qué no, ni hablar! Dispuesta a tomar cartas en el
asunto, subí a mi despacho, preparé un plano señalando en rojo las zonas de
peligro, es decir, los lugares donde se vendía comida.
Ante
esta perspectiva me sentí tan bien como casi no recordaba haberme encontrado en
todos los días de mi vida. Salía de casa
mirando al frente, por la acera de la derecha y tenía que caminar unos diez
metros aproximadamente, antes de realizar el primer cruce. Como me pareció que
llevar la cinta métrica y medir distancias podría resultar chocante, decidí
contar pasos, así es que con el croquis en la mano y contando mis zancadas iba
mirando al suelo y, de pronto, me trasladaba bruscamente a la acera de
enfrente. De este modo dejé a más de una persona conocida, boquiabierta, porque
cuando iba a saludarme me veía cruzar sin reparar en ella. Mis compañeros, el portero del edificio, los
camareros de las cafeterías y dueños de
tiendas próximas que me conocían como una
persona muy sociable, no salían de su asombro.
FIN DE
LA PRIMERA PARTE, CONTINUARÁ
7 comentarios:
Interessantes as estratégias de Sarita para fugir do seu problema.Hilárias até e imagino os amigos e conhecidos... Que lindas fotos! Saõ tuas? beijos, tudo de bom,chica
Mind blowing post
Una estrategia muy peculiar para evitar la compra de ciertos productos.
Saludos.
Me ha gustado lo que he leído, esperando la continuación. Besos.
Estimada Franziska.
Que historia tan estratégica.
Me pregunto ¿cómo tienes esta gran imaginación y esa habilidad tan grande para redactar. Me encantaría escribir como tu. Es una gozada. Es magnífico. Eres un tesoro con las letras.
Espero que vuelvas a escribir otra historia más.
Un abrazo de buenas noches
Me intrigó a la vez que me apura para leer la parte 2. Qué bien escribes. Besos
There’s definately a lot to learn about this topic. I love all the points you have made.
kampus sehat
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